Señor de los Milagros. |
Breve historia del Señor de los Milagros
En el siglo XVI el español Hernán González, encomendero de Pachacámac (Lurín), adquirió algunos terrenos en Lima. Uno de ellos fue conocido como la Huerta de Pachacamilla, porque era cuidada por indígenas provenientes de Pachacámac. Estos indios, mal cristianizados, adoraban en secreto una imagen de Pachacámac, el antiguo dios de los terremotos, que pintaron en una pared.
Este culto perduró con el paso del tiempo y fue contagiado a los negros esclavos del lugar. En el siglo XVII los indios desaparecieron y los negros angolas reemplazaron la imagen de Pachacámac por una del Cristo crucificado. Se sabe que desde 1650 los negros formaron una cofradía y se reunían para rendir culto a la imagen y le construyeron una ermita.
En 1655, ocurrió un terremoto en Lima, causando pánico en la población. Se destruyó buen número de casas e iglesias. La ermita de Pachacamilla, sufrió el derrumbe de su techo, pero la pared donde estaba la imagen de Cristo crucificado no fue afectada. Esto fue considerado como un milagro.
Por esos años, el negro Antonio León sufría de un tumor que parecía no tener curación. Pero empezó a visitar y suplicar con frecuencia al “Señor de los Milagros” y el tumor fue reduciendo de tamaño hasta desaparecer completamente. La noticia se propagó e hizo aumentar el número de devotos.
En 1671, las autoridades eclesiásticas ordenaron borrar la imagen del Señor de los Milagros por las quejas de algunos vecinos descontentos por las reuniones nocturnas “indecentes” (con música y bailes) que hacían los primeros devotos de raza negra. En setiembre de aquel año dos personas fueron enviadas a borrar la venerada imagen del Cristo Moreno, pero al intentarlo quedaron paralizados. Los devotos murmuraban que era una señal de Dios, que no quería que se borrara la imagen.
Pasaron los años y el culto al Señor de Milagros se propagó a todas las razas y clases sociales del Virreinato del Perú. Entre 1766 y 1771, el virrey Manuel Amat y Juniet construyó la Iglesia de las Nazarenas, adonde hasta hoy acuden miles de fieles católicos, sobre todo en el mes de octubre, para suplicar o agradecer los favores del también llamado Cristo de Pachacamilla, participando en gigantescas procesiones por las calles de Lima.
Este culto perduró con el paso del tiempo y fue contagiado a los negros esclavos del lugar. En el siglo XVII los indios desaparecieron y los negros angolas reemplazaron la imagen de Pachacámac por una del Cristo crucificado. Se sabe que desde 1650 los negros formaron una cofradía y se reunían para rendir culto a la imagen y le construyeron una ermita.
En 1655, ocurrió un terremoto en Lima, causando pánico en la población. Se destruyó buen número de casas e iglesias. La ermita de Pachacamilla, sufrió el derrumbe de su techo, pero la pared donde estaba la imagen de Cristo crucificado no fue afectada. Esto fue considerado como un milagro.
Por esos años, el negro Antonio León sufría de un tumor que parecía no tener curación. Pero empezó a visitar y suplicar con frecuencia al “Señor de los Milagros” y el tumor fue reduciendo de tamaño hasta desaparecer completamente. La noticia se propagó e hizo aumentar el número de devotos.
En 1671, las autoridades eclesiásticas ordenaron borrar la imagen del Señor de los Milagros por las quejas de algunos vecinos descontentos por las reuniones nocturnas “indecentes” (con música y bailes) que hacían los primeros devotos de raza negra. En setiembre de aquel año dos personas fueron enviadas a borrar la venerada imagen del Cristo Moreno, pero al intentarlo quedaron paralizados. Los devotos murmuraban que era una señal de Dios, que no quería que se borrara la imagen.
Pasaron los años y el culto al Señor de Milagros se propagó a todas las razas y clases sociales del Virreinato del Perú. Entre 1766 y 1771, el virrey Manuel Amat y Juniet construyó la Iglesia de las Nazarenas, adonde hasta hoy acuden miles de fieles católicos, sobre todo en el mes de octubre, para suplicar o agradecer los favores del también llamado Cristo de Pachacamilla, participando en gigantescas procesiones por las calles de Lima.