El profesor y blogger español Juan Pérez Amorós visitó el Perú por primera vez durante la última Semana Santa, y aquí comparte las impresiones que se llevó conociendo la ciudad que fundó su paisano Francisco Pizarro en 1535.
Lunes 13 de abril de 2009
LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES
LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES
Bueno pues por fín cumplí mi sueño de volar a América. Esta Semana Santa de 2009 lo conseguí. Fue Lima el lugar en el que me estrené en ese continente tan entrañable. Voy a intentar describir mis impresiones. Un auténtico privilegio poder oir castellano a 12 horas de avión de Madrid, casi al otro lado del mundo.
Tres Limas pude apreciar:
Lima indígena. Al levantarme cada mañana e ir al mercado era un descubrimiento. Desde el barrio de Ate Vitarte, en la Lima profunda, tomaba masato de la selva, frutas nuevas para mí, dulces exóticos, etc. El mercado me recordaba a las medinas marroquíes: trajes típicos, gran densidad de puestos de venta, las voces de las vendedoras anunciando sus productos, mucha gente joven, etc. Oí hablar quechua. Me sentía muy mirado pues era el único blanco del lugar. Motocarros, pequeñas furgonetas de viajeros, taxis anticuados. La verdad es que pocos extranjeros pueden tener esta suerte de meterse en un barrio así de interesante y auténtico, sin problemas de seguridad y lejos de los hoteles convencionales.
Lima centro: monumental y mestiza. Tras almorzar, el paseo histórico-artístico por el cuadrado de Pizarro. La delimitación es: Abancay, Tacna, Piérola (con la Plaza de San Martín) y el río Rímac. Un plano ortogonal en cuadras donde el barroco convive con el art nouveau, el art decó, el eclecticismo y algún que otro edificio actual. Es digno merecedor de ser Patrimonio de la UNESCO. Santo Domingo con su torre rosada y su soberbio artesonado mudéjar; San Francisco y sus catacumbas; las fachadas y portadas de San Agustín (dañada por cañonazos a fines del XIX por una lucha política), portada de la Merced; o la de los Jesuítas (cuyas campanas celebraron la independencia); estos son algunos de sus templos junto a otros como San Marcelo o la Trinidad.
Las casonas de la Torre Tagle (hoy Ministerio de Asuntos Exteriores), de Osambela u Oquendo con su fachada azulada, de Pilatos, y casi el resto de casonas del centro, con sus balconadas labradas de madera, las cuales nos dan una idea de la opulenta sociedad limeña de la época virreinal que, posiblemente, nada tuviese que envidiar a la misma capital imperial del Madrid de los Austrias o Borbónico u otras capitales virreinales, como México o Buenos Aires.
Edificios de art nouveau en el jirón de la Unión u otras, así como edificios eclécticos ilustran la Lima de la primera mitad del XX: Estudio de Fotografía Central, Pasaje del Correo, Estación de Desamparados, Teatro Segura, etc.
En Lima hay un café, frente a la estación de Desamparados que me pareció estar en casa al ver el local mismo, y al ver en primer plano el retrato del célebre torero Manolete. También sus procesiones algo diferentes a las de mi país.
La Plaza de Armas me defraudó algo: la catedral o el viejo palacio virreinal, actual presidencial. Mucho turista por sus jardines y mucho pícaro. Muy propio de cualquier ciudad turística. Muy cerca la ciudad china, muy curiosa, al haberse dado una fuerte inmigración de chinos y japoneses. Por toda la ciudad aparecen restaurantes con el letrero Chifa o comida china.
Un centro seguro, con gran cantidad de policía y serenazgo.
En los aledaños de ese recinto se puede cruzar el río Rímac, donde se encuentra la plaza de toros de Acho y la Alameda de los Descalzos. Subí a San Cristóbal, elevado cerro de ese barrio al otro lado del Rímac y, con un mapa general y la brújula en la mano, pude ver las dimensiones de la ciudad y sus puntos desde las panorámicas divisadas.
Lima adinerada. Es la de Miraflores, Larcomar o Barranco. Calles con ambiente europeo, lujosos cafés y discotecas, población criolla. Era como estar en España. En Miraflores ya no me sentía turista ni mirado. En las pizzerías los clientes eran turistas, criollos, apenas indígenas. Es la Lima menos interesante aunque necesaria de visitar para hacerse idea de la ciudad completa. Además se puede pasear tranquilo sin problemas de delincuencia.
Una cuarta Lima, aunque ya no sea Lima propiamente dicha: El Callao. Es una provincia diferente. Es la historia marítima del Perú. El Real Felipe y el interior del submarino Abtao. Lamentablemente no pude visitar el museo marítimo por horarios apretados. En ese barrio leí la versión peruana de la guerra del 2 de mayo de 1866 con el bombardeo lamentable de Méndez Núñez. También la guerra contra Chile en los años setenta del XIX. Es de ambiente marisquero donde tomar los ceviches en La Punta, en sus cevicherías costeras con olor a salitre. Es el lugar perfecto para ver una puesta del sol. Yo ví una maravillosa el Viernes Santo. Muchas veces las veía en playas atlánticas imaginando América al otro lado, ahora me imagina Asia y la Polinesia. Ni más ni menos que el Pacífico, casi en la antípoda de España. Estaba en el lugar más alejado que nunca antes estuve. Y oyendo castellano.
Conclusión
La verdad que fue un estreno en América por todo lo alto, a lo grande. La gente limeña muy atenta casi siempre, salvo algún caso aislado. Ahora me queda el Perú: el Cuzco, Arequipa, Machu Pichu, Cajamarca, los Andes, la selva, etc, etc. Pero eso es ya otra historia, cuando vuelva a tener algunos eurillos para darme otro lujazo no sé cuando. De momento decir que en menos de siete días habré estado a los pies de las dos estatuas de Pizarro: la del Parque de la Muralla en Lima y, la de la Plaza Mayor de Trujillo en Extremadura de España. O lo que es lo mismo: del ceviche y el sancochado al jamón ibérico de bellota y el gazpacho.
Un centro seguro, con gran cantidad de policía y serenazgo.
En los aledaños de ese recinto se puede cruzar el río Rímac, donde se encuentra la plaza de toros de Acho y la Alameda de los Descalzos. Subí a San Cristóbal, elevado cerro de ese barrio al otro lado del Rímac y, con un mapa general y la brújula en la mano, pude ver las dimensiones de la ciudad y sus puntos desde las panorámicas divisadas.
Lima adinerada. Es la de Miraflores, Larcomar o Barranco. Calles con ambiente europeo, lujosos cafés y discotecas, población criolla. Era como estar en España. En Miraflores ya no me sentía turista ni mirado. En las pizzerías los clientes eran turistas, criollos, apenas indígenas. Es la Lima menos interesante aunque necesaria de visitar para hacerse idea de la ciudad completa. Además se puede pasear tranquilo sin problemas de delincuencia.
Una cuarta Lima, aunque ya no sea Lima propiamente dicha: El Callao. Es una provincia diferente. Es la historia marítima del Perú. El Real Felipe y el interior del submarino Abtao. Lamentablemente no pude visitar el museo marítimo por horarios apretados. En ese barrio leí la versión peruana de la guerra del 2 de mayo de 1866 con el bombardeo lamentable de Méndez Núñez. También la guerra contra Chile en los años setenta del XIX. Es de ambiente marisquero donde tomar los ceviches en La Punta, en sus cevicherías costeras con olor a salitre. Es el lugar perfecto para ver una puesta del sol. Yo ví una maravillosa el Viernes Santo. Muchas veces las veía en playas atlánticas imaginando América al otro lado, ahora me imagina Asia y la Polinesia. Ni más ni menos que el Pacífico, casi en la antípoda de España. Estaba en el lugar más alejado que nunca antes estuve. Y oyendo castellano.
Conclusión
La verdad que fue un estreno en América por todo lo alto, a lo grande. La gente limeña muy atenta casi siempre, salvo algún caso aislado. Ahora me queda el Perú: el Cuzco, Arequipa, Machu Pichu, Cajamarca, los Andes, la selva, etc, etc. Pero eso es ya otra historia, cuando vuelva a tener algunos eurillos para darme otro lujazo no sé cuando. De momento decir que en menos de siete días habré estado a los pies de las dos estatuas de Pizarro: la del Parque de la Muralla en Lima y, la de la Plaza Mayor de Trujillo en Extremadura de España. O lo que es lo mismo: del ceviche y el sancochado al jamón ibérico de bellota y el gazpacho.
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