Atahualpa en Cajamarca. Dibujo: Miguel A. Yzaguirre. |
La Captura del Inca Atahualpa
Texto: Freddy Gómez (Primera Parte)
La noche del 15 al 16 de noviembre de 1532 ningún soldado de Francisco Pizarro durmió en Cajamarca, todos se mantuvieron alertas temiendo un ataque del ejército de Atahualpa.
No sabían que los incas nunca hacían la guerra de noche. El Sapa Inca se fue a dormir instruyendo al general Rumiñahui que acampe con veinte mil hombres en el camino hacia la costa, para atrapar a las barbudos que intentaran escapar de su furia.
Al amanecer del 16 de noviembre Atahualpa estuvo de buen humor, confiando en lo fácil que sería capturar y sacrificar a los extranjeros. Cometió el error de dejar en Pultumarca a casi toda su reserva armada (otros veinte mil soldados), llevando consigo solo a doscientos guerreros con sogas y porras de piedra. Creyó que llevar más soldados era innecesario y significaba que tenía miedo a los intrusos. A media mañana, cuando su impresionante cortejo estuvo listo, el Sapa Inca subió a una litera de oro e inició la marcha hacia Cajamarca.
Lo acompañaron algunos funcionarios de su corte, varios curacas amigos, músicos, danzantes y acróbatas que hacía piruetas en el camino. Avanzaron lentamente, y en el trayecto se unieron al cortejo miles de aldeanos que querían ver cómo el Emperador castigaba a los visitantes y sacrificaba a sus extrañas bestias.
Mientras tanto los españoles esperaban impacientes y nerviosos en sus posiciones. La artillería, al mando de Pedro de Candia, se ubicó en el cerro Rumitiana o Santa Apolonia. En los galpones que daban a la plaza se ocultaba la caballería, dividida en dos escuadrones, al mando de Hernando de Soto y Hernando Pizarro. Los infantes cargaban espadas, ballestas y mosquetes bajo las ordenes de Francisco Pizarro y Juan Pizarro. El fraile dominico Vicente Valverde y el indio Felipillo estaban listos para hablarle al Sapa Inca y hacerle el "Requerimiento"; es decir, invitarle a que se haga cristiano y se someta pacificamente al emperador Carlos V. Si no lo aceptaba, se iniciaría un despiadado ataque que debía terminar con la captura de Atahualpa. Continúa aquí >>
No sabían que los incas nunca hacían la guerra de noche. El Sapa Inca se fue a dormir instruyendo al general Rumiñahui que acampe con veinte mil hombres en el camino hacia la costa, para atrapar a las barbudos que intentaran escapar de su furia.
Al amanecer del 16 de noviembre Atahualpa estuvo de buen humor, confiando en lo fácil que sería capturar y sacrificar a los extranjeros. Cometió el error de dejar en Pultumarca a casi toda su reserva armada (otros veinte mil soldados), llevando consigo solo a doscientos guerreros con sogas y porras de piedra. Creyó que llevar más soldados era innecesario y significaba que tenía miedo a los intrusos. A media mañana, cuando su impresionante cortejo estuvo listo, el Sapa Inca subió a una litera de oro e inició la marcha hacia Cajamarca.
Lo acompañaron algunos funcionarios de su corte, varios curacas amigos, músicos, danzantes y acróbatas que hacía piruetas en el camino. Avanzaron lentamente, y en el trayecto se unieron al cortejo miles de aldeanos que querían ver cómo el Emperador castigaba a los visitantes y sacrificaba a sus extrañas bestias.
Mientras tanto los españoles esperaban impacientes y nerviosos en sus posiciones. La artillería, al mando de Pedro de Candia, se ubicó en el cerro Rumitiana o Santa Apolonia. En los galpones que daban a la plaza se ocultaba la caballería, dividida en dos escuadrones, al mando de Hernando de Soto y Hernando Pizarro. Los infantes cargaban espadas, ballestas y mosquetes bajo las ordenes de Francisco Pizarro y Juan Pizarro. El fraile dominico Vicente Valverde y el indio Felipillo estaban listos para hablarle al Sapa Inca y hacerle el "Requerimiento"; es decir, invitarle a que se haga cristiano y se someta pacificamente al emperador Carlos V. Si no lo aceptaba, se iniciaría un despiadado ataque que debía terminar con la captura de Atahualpa. Continúa aquí >>