Atahualpa no imaginó el final que le esperaba.
Dibujo: Miguel Ángel Yzaguirre.
Dibujo: Miguel Ángel Yzaguirre.
Atahualpa en Cajamarca
Texto: Freddy Gómez
Mientras que la pequeña tropa de Francisco Pizarro atravesaba la Cordillera de los Andes con destino a Cajamarca, muy cerca de esta ciudad descansaba Atahualpa. Eran los primeros días de noviembre de 1532, el Sapa Inca se reconfortaba escuchando a los chasquis (mensajeros) que le informaban sobre las victorias de su ejército en la sierra sur. Sus generales Quisquis y Calcuchímac acababan de capturar a Huáscar en la batalla de Chontacaxas (Apurímac), y estaban a punto de tomar la ciudad del Cusco.
Con tales noticias, Atahualpa se sentía el hombre más poderoso del mundo, y antes de dirigirse a la Capital del Tahuantinsuyo quiso conocer a los extraños barbudos que habían llegado por la costa. Los espías que había enviado a Piura le contaron que los extranjeros eran muy pocos y no eran de temer. También, que decían ser enviados del dios Wiracocha y venían para ayudar a Huáscar. Sintiendo mucha curiosidad por verlos y escucharlos, Atahualpa había decidido esperalos en el valle de Cajamarca. Pensaba que iba a ser muy fácil capturarlos y sacrificarlos para los dioses. Así ratificaría su infinito poder y marcharía tranquilamente hacia el Cusco.
Mientras tanto, Francisco Pizarro avanzaba por el camino incaico hacia Cajamarca. En sus trayecto no recibió ningún ataque de tropas atahualpistas; por el contrario, una embajada incaica le confirmó que Atahualpa lo estaba esperando en Cajamarca. El Capitán español fingió alegrarse de la derrota de Huáscar y aseguró que quería besarle la mano al nuevo Sapa Inca. Continúa aquí >>
Con tales noticias, Atahualpa se sentía el hombre más poderoso del mundo, y antes de dirigirse a la Capital del Tahuantinsuyo quiso conocer a los extraños barbudos que habían llegado por la costa. Los espías que había enviado a Piura le contaron que los extranjeros eran muy pocos y no eran de temer. También, que decían ser enviados del dios Wiracocha y venían para ayudar a Huáscar. Sintiendo mucha curiosidad por verlos y escucharlos, Atahualpa había decidido esperalos en el valle de Cajamarca. Pensaba que iba a ser muy fácil capturarlos y sacrificarlos para los dioses. Así ratificaría su infinito poder y marcharía tranquilamente hacia el Cusco.
Mientras tanto, Francisco Pizarro avanzaba por el camino incaico hacia Cajamarca. En sus trayecto no recibió ningún ataque de tropas atahualpistas; por el contrario, una embajada incaica le confirmó que Atahualpa lo estaba esperando en Cajamarca. El Capitán español fingió alegrarse de la derrota de Huáscar y aseguró que quería besarle la mano al nuevo Sapa Inca. Continúa aquí >>